sábado, 23 de junio de 2012

"La mujer que vuela" de Oliverio Girondo. Mi propuesta.

PORQUE LA LITERATURA ES PODER Y ALUCINACIÓN, PÉGATE UN VUELO CON LOS VERSOS MÁS SINCEROS...

 
Queridos poetas del círculo, basándome en el poema de Oliverio Girondo, acabo de realizar un intento a mi manera de ver exitoso, tomando como pretexto el poema de "La mujer que vuela", arriésguense también a presentar su producción para enriquecernos. A la espera de sus textos.

Solsimon

LA MUJER QUE VUELA

No se me importa un pito que las mujeres
tengan los senos como magnolias o como pasas de higo;
un cutis de durazno o de papel de lija.
Le doy una importancia igual a cero,
al hecho de que amanezcan con un aliento afrodisíaco
o con un aliento insecticida.
Soy perfectamente capaz de soportarles
una nariz que sacaría el primer premio
en una exposición de zanahorias;
¡pero eso sí! -y en esto soy irreductible- no les perdono,
bajo ningún pretexto, que no sepan volar.

Oliverio Girondo

Él la dibujaba, mientras ella simulaba no haberle visto; ella observaba el prominente sexo del expositor, justo entre sus piernas, llamándole; el ente sentado al frente, el escritor que intentaba seducir al vacío con versos, pero tristemente, no a ella.

Lo deseaba, lo olía, lo acariciaba, lo penetraba, todo con la mirada; saboreaba sus labios, palpaba su cabello rojizo…”todo tiembla en mí, la carne y la piel”, eran los versos de Pessoa en su oda marítima, que pronunciaba el sujeto que era objeto de su deseo. Sus brazos velludos, rubios y ojos escrutantes la invadían, la recorrían como una serpiente rodeando a la presa que va a asfixiar, para luego digerir. De repente, él empieza a observar, la ha reconocido, silenciosa, en el rincón, al fin la ve, por primera vez desde que asiste a su taller.

Su rostro comienza a brillar; su voz se vuelve trémula, sedosa, diáfana, transmuta; se había sentido descubierto, ultrajado en su intimidad, caníbal. El pintor encontró un obstáculo, el rostro le había cambiado, la mirada de su modelo era irretratable, los gestos volátiles, clandestinos; el lápiz se detiene, el pie comienza a moverse de manera inconsistente, golpeando el suelo abruptamente. Todo se parecía al concierto para piano #21 de W. Mozart, giraba, se detenía, emergía del mutismo.

La joven soñaba con los tangos de Amelita Baltar y Astor Piazzolla, en especial, con uno de sus favoritos, balada para un loco: “Salgo de casa por arenales, lo de siempre en la calle y en mi, cuando de repente, de atrás de ese árbol, se aparece él, mezcla rara de penúltimo linyera y de primer polizonte en el viaje a Venus, medio melón en la cabeza, las rayas de la camisa pintadas en la piel, dos medias suelas clavadas en los pies y una banderita de taxi libre levantada en cada mano, parece que sólo yo lo veo, porque el pasa entre la gente y los maniquíes le guiñan…”

El lápiz se detiene, el pintor menea su cuerpo con intermitencia, reflejando su impotencia; no logra hacerse una imagen del rostro, ha fracasado; el nuevo hallazgo había exterminado de manera inevitable su obra inicial. Ansioso, la observa; ya no la retrata, la juzga, mientras ella indiferente se deja llevar por el acento con hálito francés, las r y rr acentuadas, dulces, enredadas, altivas, sensuales, casi guturales. Al fin todo era poesía, pura poesía.

“se contemplan, se inflaman, se enloquecen,
se derriten, se sueldan, se calcinan,
se desgarran, se muerden, se asesinan,
resucitan, se buscan, se refriegan,
se rehuyen, se evaden, y se entregan.”

El escritor mueve las manos, las usa, se excusa en el marcador que sus dedos aprietan con firmeza, mientras es arrojado de un extremo a otro, de una mano a otra; una tapa que es quitada a lapsos. Habla de Pessoa, León de Greiff y finalmente, Luis Rogelio Nogueras.

Todos hablan, mientras ella está en un universo paralelo que fluye a su propio ritmo cósmico; en su interior, suena la primavera de Vivaldi evocando viejos recuerdos, envuelta en un universo cambiante, expectante; siente los olores revueltos de unos cuantos perfumes; escucha las voces, unas graves, otras agudas; siente el roce de los cabellos con las blusas, el de los pantalones de paño mientras las piernas se entrecruzan, se elevan y los celulares inesperados. Se ha vuelto un mar de sentidos; exhala, es un animal en celo observando a su presa, la espera, le escucha, se escucha.

“El penúltimo verso mordido por una enorme rata” La clase acaba, acompañada de la sinfonía #5 de 
L. V Beethoven. La joven se para, recoge su cabello, humecta sus labios cansados de intimidar. La poesía experimental ha llegado a su fin, el viaje ha acabado, aterrizó.
El escritor termina su lectura; el pintor cierra su boceto y guarda su lápiz de sepia y sanguina; todo ha vuelto a la normalidad. Entonces, ella al fin comprende: las historias de musas son sólo poesía, ficción, artificio, lejanía; pero, aún así ha valido la pena. Esto se repetía para sus adentros, mientras se acercaba y rozaba sutilmente el brazo de quien minutos antes la había extasiado. Él la mira, sonríe, sonríen…


1 comentario:

  1. Y porqué te atreves a cortar un poema?...el respeto por la obra es ponerlo tal cual, entero.

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